INTERTEXTUAL/ HONDUREÑAS(OS)
JUAN RAMÓN MOLINA, POETA,17 de abril de /1875-1908
GENERACIÓN 1870
“Porta liras ilustres de nuestro Continente,
miremos el futuro con ojos de vidente,
con ojos que irradiasen –de sus cuencas sombrías-
la luz de las más grandes y fuertes profecías,
la luz de Juan –con su águila y su delirio a solas-
frente al eterno diálogo de las convulsas olas,
que oyeron bajo un cielo de horror y cataclismo
las cosas que le dijo la lengua del abismo.
Voces de Dios: Hipérboles, parábolas, elipsis,
que truenan en el antro del negro Apocalipsis!
¿Hermanos no seremos en la América?
Todos
nacimos de los gérmenes vitales de sus lodos:
desde el rubio hiperbóreo que en el norte domina
hasta el centauro indómito de la pampa argentina,
que rige los ijares de su salvaje potro
como las ruedas rítmicas de su máquina al otro,
cual si quisieran ambos –henchidos de arrogancia-
suprimir el obstáculo del tiempo y la distancia.
¡Razas del Nuevo Mundo! Pueblos americanos:
en este Continente debemos ser hermanos,
bajo el techo de estrellas de nuestro Eterno Padre,
la madre de nosotros es una misma madre,
es una misma Niobe, que nos brindó su seno,
de calor y de leche y de dulzura lleno,
inagotable seno cuyo licor fecundo
dará la vida a todos los huérfanos del mundo.
Que la discordia huya de esta fragante tierra;
cerremos las dos puertas del templo de la guerra,
en el Tártaro ruede la caja de Pandora.
¿Acaso no nos alumbra una feliz aurora?”
Juan Ramón Molina, poeta gemelo de Rubén
Escrito por Miguel Ángel Asturias
...Juan Ramón Molina, el poeta gemelo de Rubén, es casi desconocido en Sudamérica. No figura en los textos de preceptiva literaria, no se ven sus poemas menudamente publicados, ni se oye que sazonen sus acentos los menús líricos de los que dicen versos. Piadoso olvido en el que paradójicamente lo quisieron dejar, por ser singularmente pobre lo que se escribe de los poetas en los textos escolares, más triste cuando sus nombres se usan para llenar vacíos tipográficos en revistas de dudosa publicidad y a desesperar si el que recita destroza los poemas.
Recordado por nosotros ya no volverá al olvido. Eso sería la condición que antes debemos establecer. Que salga Juan Ramón Molina del olvido, que vuelva a estar presente su cepa tierna, aérea, vegetal, del trópico, tal como ello presumía y lo dijo alguna vez:
“Pero mi obscuro nombre las aguas del olvido
no arrastrarán del todo; porque un desconocido
poeta, a mi memoria permaneciendo fiel,
recordará mis versos con noble simpatía,
mi fugitivo paso por la tierra sombría,
mi yo, compuesto extraño de azúcar, sal y hiel.
Tal fui porque fui hombre, oh soñador ignoto,
pálido hermano mío, que en porvenir remoto
recorrerás las márgenes que mi tristeza holló.
Que el aire vespertino refresque que tu cabeza,
la música del agua disipe tu tristeza
y yazga eternamente, bajo la tierra, yo!”
Juan Ramón Molina nació en Centroamérica a la sombra de los pinos de Honduras, en la ciudad de Comayagüela, el año de 1875, de padre español y madre mestiza. Escribió sus primeros versos en Guatemala, hacia 1894-95, donde se graduó de bachiller.
Su vida se extinguió súbita y prematuramente un atardecer del 2 de noviembre de 1908. Murió en la ciudad de San Salvador, murió del corazón decía el padre médico, debido a los excesos de alcohol y morfina. Pero cuanto más justo sería decir que el poeta moría en el desaliento, en el abandono, en el olvido que ya lo acompañaba como su sombra de exiliado, en aquella sociedad materialista en la que los seres que consagran la vida al espíritu, no valen nada, sino después de muertos...
Adiós a Honduras
Voy a partir: Adiós! La frágil nave,
deslizándose suave,
lanza a los cielos su estridente grito;
y el humo ennegrecido que respira
en colosal espira
asciende a la región de lo infinito.
Las alas de oro, lánguida y cobarde,
pliega la mustia tarde
en la insondable cuenca del vacío,
como águila cansada que al fin toca
su nido en la alta roca,
y se recoge trémula de frío.
Quebrándose en el vidrio de los mares
los destellos solares
las espumas blanquísimas inflaman;
y como hambrientas e irritadas fieras
-mordiendo las riberas-
las bravas olas estallando braman.
El viejo sol, que en su esplender difunde
desde el ocaso se hunde
con un nimbo de vivas aureolas:
El alción fatigado el ala cierra
y se aduerme la tierra
al sollozar de las hinchadas olas.
¿Por qué, por qué con la mirada incierta
sigo, desde cubierta,
la dirección del puerto de Amapala,
si el vapor, con seguro movimiento
sobre el blanco elemento
en busca de otras playas resbala?
¡Oh, tarde melancólica! ¡Oh, astro
que luminoso rastro
dejando sobre el mar, en él te hundiste!
¡Oh vagabundas nubes! ¡Oh, rumores:
afanes punzadores
llevo en el alma, dolorida y triste!
No es el amor el que a sufrir me obliga
y el corazón me hostiga
al despedirme de mi tierra ruda;
Ni la ciega ambición desenfrenada
que a la mente exaltada
cual venenosa víbora se anuda.
Es un oculto y hondo sufrimiento,
algo como un lamento,
el recuerdo de lúgubres escenas
el horrible chocar de los cuchillos,
el roce de los grillos
y el siniestro rumor de las cadenas.
¡Qué triste es ver que en el cóndor de la cumbre
al foco de la lumbre
vivífica del sol el ala tienda,
y de repente, al mutilarlo un rayo,
en tremendo desmayo
en espantosa rotación descienda!
Como ese cóndor del crestón bravío
el noble pueblo mío
movió a la libertad las grandes alas,
y al remontarse a coronar su anhelo
un audaz tiranuelo
se las ha cercenado con las balas.
Así como la flor, rica en esencia,
manchan con su excrecencia
el purísimo cáliz los insectos,
han deshonrado el hondureño solio
-con torpe monopolio-
mandatarios estúpidos y abyectos.
¡Oh, pobre patria! El que de veras te ame,
en indolencia infame
no mirará el ridículo sainete,
sin que encamine, trágico y austero,
el paso al extranjero,
o a los histriones con las armas rete.
Por eso en tus fronteras montañosas
sobre olvidadas fosas
que baña el sol con sus ardientes luces
contempla el caminante, entre zarzales
y abruptos peñascales,
alzarse al cielo solitarias cruces.
Yacen allí, tras las batallas cruentas,
las torvas osamentas
de tus hijos más dignos y valientes,
y que rodaron, en su rabia loca,
de una roca a otra roca
el cartucho mordiendo entre los dientes.
¡Ay! A pesar del largo despotismo
que te empuja al abismo,
a la nostalgia sin hallas remedio,
mares cruzando y anchos horizontes,
tornamos a tus montes
porque nos mata un incurable tedio.
Vi humillada en el polvo la bandera,
extinguida la hoguera
del patriotismo, alzados los protervos,
Hundido el pueblo en vergonzosas cuitas,
las águilas proscritas
por una banda de voraces cuervos.
Vi… ¿Mas pudiera el pensamiento mío
describir el sombrío
lúgubre cuadro de baldón y mengua
que me llenara de indecible espanto?
¡Vigor falta a mi canto
y siniestro vocablo a mi lengua!
Cuando enaltece el déspota triunfante
la poesía vibrante
es triste objeto de irrisión y mofa.
¡Para el infame que a su pueblo abruma
con terror, la pluma
puñal se vuelva, y bofetón la estrofa!
Los que sufrís en el ocio envilecido
sin lanzar un rugido
el látigo ominosos del verdugo,
¿Porqué lloraís? ¡Bien merecéis, menguados,
ser vosotros atados
como los bueyes al innoble yugo!
Pero ¡qué exclamo! Perdonadme, amigos,
que impasible testigos
no fuisteis nunca de la patria ruina,
porque habéis muerto con valor sereno,
coméis un pan ajeno
o sufrís en hedionda bartolina.
Perdonadme también los que entre crueles
burlas, en los cuarteles,
atados de los pies y de los brazos,
con fieros palos y con golpes rudos
de los cuerpos desnudos
la carne os arrancaron a pedazos.
Y tu también perdóname, ¡oh robusta
juventud, que a la justa
ira cediendo, entre el común asombro,
llevaste a cabo insólitas hazañas
luchando en las montañas
muerta de hambre y el fusil al hombro!
De la ciudad al triste caserío
despertó al fin el brío,
a tu voz, de los hijos de mi tierra;
y en sus bases graníticas sentados
los montes enriscados
tu ronco grito repitieron: ¡Guerra!
¿Por qué fue en balde el temerario arrojo
con el que sublime enojo
el pecho diste a la mortal metralla?
¡Ahora que triste la mirada giro
en derredor, te miro
sin sepulcro en los campos de batalla!
¿Qué fue de aquellos que estreché las manos,
que quise como hermanos
en otros tiempos y mejores días?
¿Dónde están? ¿Cuántos son? ¿Por qué se vedan?
¡Ay! ¡De ellos sólo quedan
ilustres sombras y osamentas frías.
¡Todos murieron en la lucha fiera
al pie de su trinchera,
víctimas nobles de un brutal encono;
y hoy Honduras, cometiendo excesos,
alza, sobre sus huesos,
en despotismo asolador su trono!
A los malvados que a su pueblo oprimen
con el crimen, el crimen
ha de poner a sus infamias coto,
o volarán, odiando y vencidos,
del solio, conmovidos
por un social y breve terremoto.
Vendrá la redención… Me voy en tanto.
la noche tendió el manto
por la callada inmensidad del cielo,
y cual del sol enamorada viuda
melancólica y muda
vierte la luna un resplandor de duelo.
La fresca brisa con su beso alivia
mi frente que arde, y tibia
aspiro una ola lánguida de aromas,
¡Efluvio de mis rústicos alcores!
¡Hálito de mis flores!
¡Emanaciones de mis verdes lomas!
Queda la Isla del Tigre tras la quilla
del vapor: el mar brilla
salpicado de espumas luminosas,
que se encadenan y que se forman luego
mil culebras de fuego
sobre las negras aguas temblorosas.
Juan Ramón Molina por Mario Hernán Ramírez
http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Ram%C3%B3n_Molina
http://www.slideshare.net/perjad888/literatura-hondurea-modernismo-hondureo-8074892
http://www.latribuna.hn/2012/03/11/la-generacion-de-1870/

